jueves, 31 de marzo de 2016

Otro cuento de Pepito III


Segunda parte AQUÍ

Edith se preparaba para salir en busca de un gendarme cuando vio a Chucho, su esposo, llegar del trabajo con una bolsa de medicamentos y una enorme paleta en la mano. Cuando le explicó todo a Chucho, éste sin alarmarse le respondió:   


−No te preocupes, mujer, ¿Ya revisaste debajo de la cama? –y soltó ligera risa.  
−¿Te estás burlando de mí? ¿Acaso no ves cómo estoy de nervios?            
−Edith, muchas veces se nos nubla el pensamiento y no buscamos dentro de la casa, ¿No recuerdas cuando encontraron a tu prima Paola durmiendo entre el colchón y la pared de su cuarto después de una ardua búsqueda en la colonia? ¿Cuánto tiempo la estuvieron buscando tus tíos? ¡Anda! Ya verás que está ahí –La tomó del brazo y la invitó a pasar.     



Cuando llegaron al cuarto Edith se quedó en la puerta, desconcertada e indecisa entre perder el tiempo ahí o salir corriendo a buscar en la calle alguna pista. Chucho se sentó en la cama que compartían por la noche los tres, y preguntó suavemente ¿Pepito? ¿Pepe, hijo, estás ahí abajo? Un ligero golpe se escuchó debajo de la cama. Chucho sonrió y observo con ironía a Edith, a ella empezaba a iluminársele el rostro. Ambos sonreían postrados de rodillas a un lado de la cama, voltearon a mirarse a los ojos con una sonrisa de complicidad, se disponían a levantar la colcha que llegaba hasta el piso, al mismo tiempo, gesticulaban el conteo sin emitir sonido alguno: un, dos, TRES…    
            Debajo de la cama sólo encontraron las maletas viejas que aún no desocupaban y por la orilla, en la arista entre la pared y el suelo, una fila de hormigas que desfilaban. Los rostros de Edith y Chucho se parecían a los de aquellas personas que pierden la vida en un accidente vial: los ojos desorbitados, la quijada apretada, una asimetría total en la expresión.
            Tiempo después, cuando los letreros de “Se busca” desaparecieron de las calles, Edith se disponía a limpiar el refrigerador y descubrió bajo la escarcha acumulada en el fondo del congelador una corcholata con puntitos negros en su interior, después al observarla detenidamente descubrió que se trataban de hormigas y recordó aquel fatídico día en que su querido hijito desapareció. Recordaba esa línea negra en la pared y cómo los ojos negros, penetrantes, de una rata noruega la observaban detrás de una maleta para después mostrar los dientes y salir corriendo en busca de otro escondite. Aún recordaba el rostro iracundo de Chucho mientras con un palo de escoba mataba con saña a aquella rata.


Fragmentos para después.
*
            Si su hijo tuvo que saciar las necesidades sexuales y energéticas de un hombre de traje gris, tan sólo por matar a unas cuantas hormigas ¡Qué castigo tenía preparado para ellos el destino por haberse deshecho en forma tan violenta de un roedor!

**

“Hola, hijo, ¿a qué juegas?”, escuchó y saltó del susto dejando caer la corcholata que tenía en su mano izquierda, el sonido agudo, producido por el choque del metal con el cemento, despertó a un perro viejo en el fondo de la vecindad que bostezó para después de un momento volver a echar su cabeza sobre las patas. Volteó al lugar desde donde había escuchado la voz grave. Se quedó mirando con el ceño fruncido al desconocido y después regresando a su actividad respondió: “Juego con las hormigas”. No sabía por qué, pero el rostro triste de aquel señor le despertaba cierta simpatía, un rostro con el que se había familiarizado en las últimas semanas. Desde que llegaron a la nueva casa había visto ese rostro en los vecinos, se tratara de niños, adultos, viejos e incluso de los animales, quizá por eso la interrupción del extraño no representó algún peligro para el niño que inmediatamente se sosegó.