sábado, 8 de junio de 2013

La feria de Arreola



Hablar de Juan José Arreola nos remite al máximo exponente mexicano del “Micro relato”, en Poesía en movimiento −compilación dirigida por Octavio Paz− nos mencionan algunas características de su prosa: “Eminentemente poética, saturada de buen humor y aun de gracia, su prosa recorre una amplia gama de temas y situaciones y se desplaza del cuento […]  a la estampa sencilla” (Paz, 209). Sin embargo, su última propuesta literaria la dedicó a una novela llamada: La feria –innovando, recordándonos su trayectoria vanguardista−, escrita en varios años, contrario a lo que hacía con sus cuentos y textos breves, que eran producto de “arrebatos circunstanciales” (Espinasa s. pág.). Arreola recibió críticas fuertes por esta novela, en su mayoría negativas, pero el tiempo hizo de su única novela un clásico, como dice Carlos Monsiváis: 



Me parece un libro maravilloso, el tiempo demostrará que La feria es una de las grandes novelas mexicanas del siglo XX, es un coro de voces pueblerinas, es el retrato de una sociedad a través de cortes internos, es la expresión de un sentido del humor beligerante, es perfecta en su ritmo de confluencia de voces: “Tenderete el pétatele, alzarete el camisón...”, […] La feria es también un clásico (Monsiváis s. pág.)


Hay un punto que resalta en lo dicho por Monsiváis: “coro de voces”, ya que La feria rescata recuerdos de la infancia de Arreola, lo escuchado y visto –como hiciera Nellie Campobello en Cartucho−. Esta retrospectiva del autor también sirve para rescatar la tradición oral de un pueblo: “Le voy a poner por ejemplo. El año de 1864, un señor Cura […] anticipándose a las leyes de Reforma, le vendió a un rico de aquí casi todos los terrenos de la Cofradía de Nuestro Amo, como si fueran suyos” (Arreola 23) partiendo de un comentario, acerca de una estatua de Juárez que le da la espalda a la parroquia, el narrador nos cuenta cómo afectaron Las leyes de Reforma a su pueblo y el paso de los cristeros; “A propósito. Ésa es una montura de emperador. Su abuelo la compró a uno que venía de Colima y la llevaba de regalo para Maximiliano…” (43) en este caso el objeto que da pie los recuerdos del Imperio de Maximiliano es una montura; “Uno por allí: «[…] Síganle dando, síganle dando… más de veinte terremotos en lo que va de la historia, y acuérdense, en 1912 el volcán de fuego por poco los tapa de azufre y ceniza…»” (87). Otra forma de recrear la tradición oral es a través de canciones, frases y dichos: “Voy a contarte Aniceta/ lo que hizo Fierro de Villa: / en Tuxpan dejo el caballo/ y en Zapotiltic la silla” (10), “Déjala güevon/ ponte a trabajar,/ llévala a bañar,/ cómprale jabón…” (124), “no tiene la culpa el indio, sino quien lo hace compadre”, “Preguntando Salomón, / respondió como el recluta: / no es defecto ser carbón/ cuando la mujer es fruta” (140).   



            Con el “uno por allí”, citado en el párrafo anterior, observamos otro punto importante en esta novela, la falta de un personaje central, ya que en realidad se enfoca en un pueblo del cual emergen voces y preocupaciones ante diferentes situaciones por las que pasa, ya sea la creación de una zona de tolerancia, la fiesta del Santo del pueblo, un temblor, los problemas de la tierra, la llegada de la cultura con el Ateneo…, he allí por qué Monsiváis resalta esas “voces”. Hay narradores dentro de la novela de los cuales ni siquiera conocemos su nombre, apodo o alguna referencia, sólo nos guiamos por los acontecimientos, puntuaciones y viñetas que acompañan a cada relato –se debe recordar que Arreola recibió una beca para estudiar lingüística en Yale para poder comprender mejor los iconos que aparecen al comienzo de los relatos−, pero también hay personajes más definidos, de los cuales se observa su desarrollo a la par de la historia del pueblo, algunos ejemplos de estos los tenemos en: El zapatero que se va a trabajar la tierra –“zapatero a tu zapato” es la lección de Arreola con este personaje−, mientras se cuenta a lo largo de libro el conflicto existente entre los indios y los caciques por las tierras; en La apicultora que, ante la creación de la  zona de tolerancia, se convierte en la arrendadora de las casas de citas y después en matrona –se deben recordar, también, las múltiples actividades que desarrollo el mismo Arreola en su juventud−; todas las historias convergen en la “función” del Señor San José, de la última noche de la feria: “Todo el pueblo estaba reunido en la plaza, rodeando el inmenso castillo pirotécnico, orgullo de todos nosotros y símbolo de la fiesta” (182), con esta frase, en un acto de humildad –característica del autor− Arreola señala al pueblo en su conjunto como los creadores de “la feria”.          

            Pero, no se podría hablar de una obra de Arreola sin mencionar la ironía tan característica de él: “Así es siempre este doctor. Le gusta hacer un inventario […] de los bienes terrenales de sus clientes […]. Porque… según el sapo la pedrada…” (22), “nos dieron la razón, pero no la tierra” (25), “− ¿Me permite que insista? –Sí cómo no, Don Bolchevique” (34), “−Vade retro, bandidos de sotana, engendros de Loyola y Satanás… […] Y cuando iban a meter a la prensa ese pliego, vi que decía engendros con jota y yo le puse la ge. ¿Es pecado? (62), “Su justa y bien ganada fama congrego en masa al Ateneo, con una asistencia record de dieciocho personas” (106), “Está por demás decir que todos los miembros del Ateneo tenemos ya nuestro ejemplar de poesía” (121) refiriéndose a la visita de la bella poetisa Alejandrina, que vendía poemas y ungüentos, “con una risita y una mirada, le dio a entender: “Déjala güevon…” (125) una letra prohibida por parecer inmoral –arriba se citó completa− la ironía radica en la paranoia de las parejas, “Aquí las Fiestas Patrias no son más que pre texto para divertirse y alborotar en  nombre de la Independencia y de sus héroes. Ayer, día dieciséis, un modesto desfile por la mañana, y por la tarde... juegos de cucaña: palo ensebado, puerco ensebado y barril ensebado... El apogeo del sebo” (130)… entre algunas, son el remate ideal −la cereza en el pastel− de cada narración, descripción y dialogo, los cuales se pueden diferenciar entre si, por la puntuación utilizada (...,   , −).
     La Feria es una novela donde Arreola nos demuestra su inteligencia al innovar la forma de la novela tradicional –así como su maestro Usigli lo hiciera en el teatro−, también agrega las características de su prosa breve, deja muchos puntos para análisis, hace dudar y reír al lector, incluso se puede decir que termina con la novela de la post revolución y abre paso a la siguiente generación de escritores “La onda”, donde destaca uno de sus alumnos: José Agustín. Tenemos en Arreola a un humilde alumno y maestro, se debe olvidar esa bufonesca imagen de él televisión y echar un ojo a su breve, pero grandiosa obra. 


*aquí Jaime López leyendo un fragmento de La Feria junto a los nietos del autor.




Bibliografía
Arreola, Juan José. La feria. México: Editorial Planeta Mexicana, 2006. Impreso.
Espinasa, José María. “La feria de Juan José Arreola”. La Jornada Semanal. La jornada 01 jul. 2012: s. pag. Web. 04 may. 2013.
<http://www.jornada.unam.mx/2012/07/01/sem-jose.html>.
Monsiváis, Carlos. “Juan José Arreola, el último juglar”. Entrevista. [s.e.]. [s.a.]. Web 04 may. 2013.     
<http://youtu.be/EQ_uNY5532c>.
Paz, Octavio. Poesía en movimiento. Comp. Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. 34ª ed. México: Siglo XXI, 2008. 209. Google books. Web 11 abr. 2013.
<http://books.google.com.mx/books?id=gboMdYFbSKYC&lpg=PP1&dq=isbn%3A9682300886&hl=es&pg=PP1#v=onepage&q&f=false>.

P.D. Aprovechando el ímpetu con el que los jóvenes voltearon al campo mexicano y gritaron contra Monsanto (más nacionalistas que Hitler contra los Judíos), se les debe recordar: el problema del campo tiene un origen ya rancio; “nos dieron la razón, pero no la tierra” (25) decía Arreola en La feria recordándonos la lucha entre el cacique y el campesino (de intermediario el gobierno “post” revolucionario); Ok, no queremos un maíz modificado genéticamente y vendido por una internacional, que siga el neo-cacique enriqueciéndose a costa del campesino, perfecto.