martes, 25 de agosto de 2015

La búsqueda de la identidad del mexicano.

La búsqueda de la identidad del mexicano forma parte de la obra ensayística de varios autores “mexicanos” del siglo XX, se tiene en El perfil del hombre y la cultura en México (1934), de Samuel Ramos, el primer referente para abordar el tema. En el prólogo a la tercera edición Samuel Ramos menciona la rapidez con la que se agotaron los primeros tirajes (Ramos Prologo 9), demostrando así el interés –o morbo− del mexicano −y también de los extranjeros− por conocer al mexicano. Causo tanto interés, que no pudo evitar ser objeto de críticas.     
            Ramos, filosofo, “Reconoció que su obra estaba inconclusa [Octavio Paz retomaría el tema años después en El laberinto de la soledad (1950)] y que su aporte, más psicológico-literario que filosófico”  (JLB s. pág.),  toma como base “el pensamiento del filósofo español Ortega y Gasset, [...] lo esencial de la cultura está en el modo de ser del hombre, que se moldea a partir de su circunstancia, y en las ideas psicoanalíticas del Alfred Adler (1870-1937), discípulo de Freud, quien basó sus estudio en el «complejo de inferioridad»”. (JLB s. pág.).      
            Ese “complejo de inferioridad” se ve reflejado en el “pelado”, el primer personaje del “Psicoanálisis del mexicano”. Al “pelado” lo acompañan “El mexicano de la ciudad [y] El burgués mexicano”, pero estos últimos gozan de menos popularidad que la descripción hecha del primero. Nos advierte Ramos y propone: “El objeto de este trabajo no es criticar a los mexicanos con una intención maligna […]. Los hombres no acostumbrados a la crítica creen que todo lo que no es un elogio va en contra de ellos” (Psicoanálisis 125),  “Ya otros han hablado del sentido de inferioridad de nuestra raza, pero nadie […] se ha valido sistemáticamente de esta idea para explicar nuestro carácter” (125) , “no hay razón para que el lector se ofenda al leer estas páginas, en donde no se afirma que el mexicano sea inferior, sino que se siente inferior” (125-126); así el autor predispone al lector a no sentirse ofendido, pide amplio criterio y nos dice cuál es el objeto de su ensayo. A continuación enumerare algunos rasgos del “pelado” que aparecen en el ensayo de Ramos.          
             En la descripción del pelado hecha por Samuel Ramos aclara “No hablaremos de su aspecto pintoresco” (El pelado 126) el objeto de su atención será el interno para conocer las fuerzas elementales que forman su carácter:           
a) Representa el desecho humano de la gran ciudad –en la economía es menos que un proletario, en el intelecto es primitivo−.     
b) Su actitud ante la vida es de un negro resentimiento producto de una vida difícil.
c) En cuanto a su lenguaje se muestra grosero y agresivo con un dialecto propio, usa un lenguaje coloquial donde le da nuevo significado a las palabras, el pelado dice tener “muchos huevos” órgano que le da potencia humana. 
d) Se encuentra siempre a la defensiva, de espíritu belicoso, usa de tabla de salvación su “virilidad” ante los embates de la vida, en sus riñas verbales atribuye femineidad imaginaria a sus adversarios o se muestra superior diciendo “Yo soy tu padre”.            
e) El pelado se caracteriza por su obsesión fálica –símbolo de fuerza masculina−, el falo sugiere al pelado la idea del poder, esto lo lleva a otro rasgo característico
f) “el macho” fanfarrón lleno de una valentía como cortina de humo.
g) El pelado es la representación del engaño, no debemos dejarnos engañar por las apariencias, el pelado no es ni hombre fuerte, ni valiente, usa un camuflaje, Alfonso Reyes nos decía al respecto: “LA APARIENCIA nunca es desdeñable. Hasta cuando engaña da un indicio” (Reflexiones 421).        
h) El pelado consciente de su “camuflaje” vive en un constante temor de ser descubierto lo cual lo hace desconfiar de todos; tiene dos personalidades: una real y otra ficticia, esto le produce un conflicto donde desconfía de sí mismo y hace una mala percepción de la realidad, su posición es inestable, desatiende la realidad.
i) Antepone su sentimiento nacionalista −junto a su hombría− a su situación económica, sin embargo, esta última característica del pelado no es exclusiva de su estatus social, lo mismo aplica a cultivados e inteligentes burgueses (Passim El “pelado”).
            Samuel Ramos describe a un ser violento, inseguro, cínico, vulgar, machista… También a un ser condenado a caer, una y otra vez, en un círculo vicioso creado por él mismo. El perfil del hombre y la cultura en México fue escrito en el año 1934 en lo que denominaron la “post revolución”, sin embargo la descripción que hace de ese personaje “pintoresco” sigue vigente. Entonces ¿para qué realizar un ensayo al respecto, si el mexicano va a seguir siendo el mismo?, quizás la respuesta se encuentre en el ensayo de Octavio Paz: El laberinto de la soledad, donde continúa con el trabajo empezado por Ramos, la búsqueda de la identidad del mexicano.         
            Encontraremos en el ensayo de Paz un nuevo personaje: el “pachuco”
“[…] se convierte en el eje central de la primera mitad del ensayo y cumple la función de una ilustración excesiva de la esencia del mexicano” (Houvenagbel 83). Este nuevo personaje, proviene de los movimientos migratorios generados por la Segunda Guerra Mundial –braseros−, se diferencia del pelado en:         
a) el uso de un “camuflaje” del pachuco es un símbolo de rebeldía “Su disfraz lo protege, y al mismo tiempo lo destaca y aísla: lo oculta y lo exhibe” (Paz 130).
b) No tiene ese sentimiento de nacionalidad característico del pelado “no reivindican su raza ni la nacionalidad de sus antepasados” (129).        
c) Su carácter es más rebelde y contradictorio “Esta rebeldía no pasa de ser un gesto vano” (130).
d) Crea un lenguaje, al igual que el pelado, su propio léxico, pero usando un hibrido entre el castellano y el inglés.           
e) Su realidad es marginal, pero en otro país.           
            Si bien los dos personajes distan en tiempo y espacio, en ambos encontramos: ambigüedad, un sentimiento de inferioridad, desconfianza y rencor (passim. Paz). Se observa en ambos personajes cómo el mexicano a través de la historia busca auto flagelarse, quizás desde el indígena vencido hemos caído en esa espiral de la cual sólo se podrá salir si nos reconocemos independientes del resto del mundo y dejar de lado buscar las comparaciones innecesarias. Paz nos da esperanza: “En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre” (137).           

*borrador


Bibliografía.
Houvenagbel, Eugenia. “El pachuco de Octavio Paz (1950): Una relectura en clave argumentativa y existencialista”. Revista de Literatura Hispanoamericana 65 (2012): 68-85. RevicyhLUZ. Web. 25 may. 2013.    
< http://revistas.luz.edu.ve/index.php/rlh/article/viewFile/12546/12145>. 
JLB. “Samuel Ramos, filosofo que busco comprender la forma de ser y actuar del mexicano”. Conaculta, 08 jun. 2010. Web. 25 may. 2013.    
<http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=5115#.UaJ7ONjRxlB>.
Paz, Octavio. “El pachuco y otros extremos”. Selección de lecturas de ensayo hispanoamericano del siglo XX. México: UNAM, 2011.131-137. Impreso
Ramos, Samuel. “El «pelado»”. Selección de lecturas de ensayo hispanoamericano del siglo XX. México: UNAM, 2011.126-128. Impreso
-----. ”Prologo a la tercera edición”. El perfil del hombre y la cultura en México Por Samuel Ramos. 3a México: Austral, 2001. 9-18. Scribd. Web. 24 may. 2013.    
<http://es.scribd.com/doc/55973867>.
-----. “Psicoanálisis del mexicano”. Selección de lecturas de ensayo hispanoamericano del siglo XX. México: UNAM, 2011.125-126. Impreso

Reyes, Alfonso. “Reflexiones sobre el mexicano”. Los trabajos y los días. México: FCE, 1959. 421-424. Impreso. Letras Mexicanas. Vol. 9 de Obras completas. 26 vols.

domingo, 23 de agosto de 2015

Libertad para los pigmeos.

Me asomé por la baranda del edificio para arrojar el humo del cigarrillo después de haberme entregado al placer del onanista en una vida de soledad. Siempre me había gustado dar la primera bocanada aún con la mano tibia y apreciar las pieles que pasaban por la calle después de recoger a sus hijos de la escuela. ¡Ah, las jóvenes-madres-solteras! Ya me ponía saber que estaban caladas, tanto o más que su fuerza y debilidad por entregarse al valle de lágrimas protegiendo a sus criaturas, pero al sumarle la idea de no cambiar pañales… uufff… Regresaré a la computadora en busca de MILFs amateurs.               
            Giré sobre los talones de regreso a mi cuarto de azotea, pero atisbé la casucha de enfrente. A través de sus ventanas con vidrios rotos vi a mi vecino: un fracasado que a los 35 años aún vivía con su madre, ella salía a trabajar por las mañanas mientras él se encahuamaba con los pesos que ella le dejaba para pagar pasajes e impresiones de currículums en su eterna búsqueda de un trabajo digno −se quitaba el pan de la boca para alimentar a su Dioniso−. Vaya perdedor, mírenlo ahí en calzoncillos vapuleando con una regla el cuerpo desnudo de una… ¿niña? Momento, algo anda mal aquí, ¡la tiene amarrada a la cama! ¡Qué hijo de puta!         

            Corrí a sacar el bate que guardo debajo de la cama. Bajé corriendo las escaleras y crucé la calle. Pateé la puerta de la vecindad que no opuso resistencia alguna, subí las escaleras maltrechas, topé con otra puerta frágil y, antes de que mi vecino pudiera decir algo o subirse los calzoncillos, ¡PAF! Golpe seco en el cráneo. ¡Toma, puerco! ¡Te voy a meter este palo en culo, asqueroso!         
            El cuerpo de aquel mal parido yacía en el piso, una mancha de sangre avanzaba lentamente por el suelo. “¡Mala hora la que escogiste para entregarte a la inmundicia teniéndome tan cerca, cerdo!”, le gritaba mientras él se retorcía como las reses en el matadero después de su dosis de aire comprimido. La sangre alcanzó un brasier que yacía junto al cuerpo ya inerte. Entonces, una voz chillona me despertó del ensueño de titulares en que me encontraba: "Joven héroe rescata a una niñita inocente de las manos de un pedófilo", "El héroe de la San Simón", ¡oh, sí!
− ¡Qué haces, imbécil! – le alcancé a oír pese al alto volumen de los parlantes desde donde se escuchaba una odiosa canción de reggaetón.           
−Tranquila, hija, vas a estar bien –intenté sosegarla−, ya todo terminó.     
Volteé y vi a la niña aún atada, desnuda y boca abajo sobre la cama. Sólo la cubrían sus pantaletas a mitad de las piernas. ¡Carajo! Debí apresurarme, lo lamenté y me dispuse a desatarla un tanto decepcionado.            
            Fue entonces que ella se quitó sin esfuerzo alguno las ataduras mientras seguía gritando improperios a diestra y siniestra. Yo mantenía la mirada fija en el piso como pidiendo perdón. Cuando ella se incorporó pude observar su pecho de mujer, un tanto vencido por la gravedad, sus caderas anchas y más abajo su vello púbico con un depilado que me recordó el bigote de Hitler –contuve una carcajada−. Dirigí la vista rápidamente a su rostro, descubrí en él rasgos infantiles y el cutis de una vida de muchas batallas.            

            Antes de que pudiera decir alguna palabra justificando mi actuar, en la puerta aún abierta, aparecieron las sombras de los habitantes de la vecindad. La mayoría eran familiares del… ¿muertito? Sólo pude observar el primer puño acercándose a mi rostro, después un calor abrasador invadió mi cuerpo y me entregué a los sueños-pesadillas, una tras otra.  
            Al siguiente día en los periódicos de nota roja el titular lo ocupó el heroico rescate que los guardianes del orden hicieron de este ¿asesino? “Sólo quería hacer el bien”, pensé cuando pude echarle un ojo a la publicación.            
            Al recobrar la consciencia en el sanatorio, lo primero que de mi boca escucharon las enfermeras fue una larga carcajada que alteró la paz del recinto, de mis ojos se escapaban lágrimas alegres. ¡Oh, diosito! Eres tan generoso que inundas mi cuerpo con esta alegría y dicha de poder reírme del infortunio. ¡Vaya, quería salvar a ese gnomo de una violación, pero quién iba a salvar a mi vecino si preñaba a ese pigmeo! Como veía las cosas: ¡le había hecho un puto favor!  −de pinches nada−. Inmediatamente una enfermera se encargó de informarme cómo la turba me arrastró unas calles para alejarme de la Iglesia −no los fuera a castigar diosito por lo que me iban a hacer, pensé−, ahí fue donde la pericia de los policías hizo posible mi rescate: “¡Háganse pa´trás o se los carga la chingada!”, gritaba un policía mientras les apuntaba con su arma, me contaba ella excitada por ser la primera en tener la oportunidad de ponerme al tanto. La enfermera antes de retirarse me proporcionó una copia del diario.         
            Unas semanas después del incidente, ya con mejor ánimo, pude leer en el cuerpo de la nota que la muchedumbre había dispuesto de un buen árbol para enviarme calcinado al otro mundo como al peor de los rufianes −no tendrán para comer, pero acceso a gasolina no les faltó−, al parecer la justicia la dejarían en manos de Dios. Pasé horas observando detenidamente las imagines del periódico que salpicaban sangre y reconocí en ellas a uno de los policías, era el cuate de juergas de un tío, ¡alabado sea! Ya no les pondré jetas cuando lleguen todos pedos a la casa tirando balazos en año nuevo.          
            Con mucho cuidado recorté, doblé y guardé la publicación junto a las pocas pertenencias que tenía en el sanatorio, se trataba de un nuevo recuerdo para agregar a mi caja de triunfos personales, ya sólo me quedaba una duda: ¿Cuándo podré regresar a casa y entregarme por entero al cascabeleo?