jueves, 11 de agosto de 2016

Sombras frente al sol I

Cuando abrió los ojos la oscuridad seguía ahí. Todo continuaba en calma a su alrededor, sólo se escuchaba la suave respiración de su único compañero al costado. ¿Aprovecharía la oscuridad de la noche para satisfacer su apetito? Sí. Llevó su mano hasta la erección que para estos momentos ya le resultaba insoportable. Actuaba sin pensar, se entregaba al instinto antes que a la razón. Él salvaba a la humanidad día a día sin saberlo, en cualquier esquina o a media calle, como el Godofredo de Fonseca su prioridad era el onanismo. Sus días transcurrían entre paja y paja, lo demás era lo de menos para él, bien si echaba un bocado en el inter; qué pena si no, ¿acongojarse? Nunca. Pero el despertar de un nuevo día estaba a punto de arrebatarle su fama de vago consagrado y, de paso, su apodo bien ganado: “El Chaque”.
Esa mañana el calor y movimientos de su mano no le ofrecían satisfacción alguna, así que, sin pensarlo más, sin preocuparse por la frontera que estaba a punto de cruzar, bajó su raído pantalón hasta las rodillas y llevó su miembro hinchado a punto de explotar hasta el culo del “Chadoun”, su único amigo en el mundo. Con los brazos apretó el dorso de su amigo contra su cuerpo para evitar que éste escapara. Pero el Chadoun, acostumbrado a ese tipo de encuentros, sólo abrió los ojos e intentó girar la cabeza para observar a su compañero. Le tiraba una mirada como preguntando: ¿Por qué? ¿En serio, tú?

El Chaque buscaba desesperado con la pinga el culo del Chadoun. Con apenas pocos intentos logró alcanzarlo. Sin siquiera echarse un salivazo penetró a su amigo que apenas oponía resistencia, sólo movía la cabeza de un lado a otro como diciendo: “¡Esto no me puede estar pasando, por qué a mí!”.
Elías, el nombre de pila del Chaque, entraba y salía del ano del Chadoun acelerando la respiración, gruñendo de vez en cuando y gimiendo. El sodomizado se limitaba a jadear soportando el embate. Para el sodomita la experiencia resultaba satisfactoria en exceso, había reencontrado el placer perdido en tantos años de cascabeleo. Estaba a punto de estallar de euforia. Veía cómo entre la obscuridad se presentaba la única mujer que había amado antes de llevar esta vida de marginado, antes de ser la burla de los niños y centro de odio de viejas amargadas −20 años en la calle pasarían rápido si Dios se apiadara de los huevones y vagos, pero Él no siempre tiene la mirada puesta en esas pobres almas−. Ahí la observaba resplandeciente entre las tinieblas, estiró una mano hacia ella mientras continuaba con sus redescubiertos movimientos de cadera. Ya casi la tocaba, se encontraba a nada. Era tal el éxtasis que le pareció tocar el cielo. Ella ahora era un ángel hierático que conforme se acercaba lo deslumbraba más y más.  Al alcanzar el pie de su amada todo quedó en blanco. Paroxismo… Sintió un fuerte dolor al costado, luego un duro golpe en la cabeza.
El dolor de Elías había sido propinado por el Berna, un taxista de unos 30 años, prieto con canas prematuras, cacarizo y de complexión atlética, conocido en el barrio por defender a cualquier persona del agandalle de desconocidos, también por organizar juegos de fútbol para que los niños de las vecindades cercanas se entretuvieran y no anduvieran de “vándalos”, como le gustaba llamarles.
Del Berna se recuerda que: cierta mañana cuando una de sus primas se dirigía a la leche y un tipo, desde el interior de un carro, la piropeaba y, no siendo suficiente, se atrevió a nalguearla, el Berna, que había observado la escena a lo lejos, salió corriendo hecho una furia desde la esquina de la vecindad donde acababa de estacionar su taxi, cosa de media cuadra, en dirección al sujeto. Apenas armado con la fuerza de sus manos llegó a la puerta del conductor. Intentaba bajarlo y el otro huir acelerando, pero con los nervios en punta no era capaz de hacerlo. El Berna pateaba la puerta una y otra vez como si se tratara de una piñata, golpeaba los vidrios sin ton ni son, al acumularse su frustración, sacó fuerzas de ésta y, dicen, estuvo a punto de voltear el coche cargándolo desde un costado. Afortunadamente, para el caballero del carro, los familiares del Berna al escuchar el alboroto salieron a tranquilizarlo, eso sí, armados con palos de escobas y cucharas soperas por cualquier cosa. Intentaban controlar al enloquecido Berna, más que nada porque sabían que la justicia no existe para la gente humilde y, en todo caso, el que saldría raspado de esa situación sería precisamente él.
Esa mañana el Berna parecía invencible con su bastón del taxi en la mano y parado a contraluz frente al Chaque, sólo le faltaba una capa. Postrado en el pasto Elías volteaba a todos lados desconcertado y deslumbrado por la luz matinal que se filtraba de la silueta de Berna, se rascaba la maraña que cubría su cabeza intentando comprender qué había sucedido (otoke, otoke). El Chadoun había quedado completamente cubierto por la cobija mugrienta, que servía para resguardarlos del frío nocturno, y así se quedó sin hacer el menor ruido.
‒ ¡Ya ni la chingas, cabrón! ¡Qué no ves que hay niños! ‒le escupía el Berna, pero al no recibir respuesta continuaba‒: ¿Por qué no vas a hacer tus chingaderas a un baldío donde nadie te vea?
Se encontraban en un camellón, para entonces ya circulaban algunos carros a los costados y niños a pie debido a la cercanía de una escuela primaria. El Chaque era un pésimo vagabundo, pernoctaba en espacios abiertos donde resguardarse del frío era imposible.
‒Vengo a dejar a mis sobrinos a la escuela y ¡tremendo espectáculo el que me encuentro! Nada más y nada menos que al “Cha-que” chingando. Pero, ¿quién es la valiente damita? Vamos, no seas tímida –El Berna se inclinó para tirar de la cobija…
Elías miraba a otro lado aparentando no prestarle atención, hacía gárgaras y con una mano tiraba de su barba rala. Siempre reaccionaba así cuando no quería hablar o se sentía incómodo ante alguien. Pensaba que aquellos que le increpaban sentirían repulsión y se apartarían dejándolo en paz. Esto funcionaba con las señoras metiches y niños burlones que pensaban que les iba a tirar un gargajo y salían corriendo despavoridos en cuanto lo veían llevarse la mano a la “barba”. Pero el Berna ni se inmutó, por morbo quería conocer a la compañera del Chaque, así que se agachó para jalar de la cobija con que había quedado cubierto el Chadoun. Elías de un salto cubrió el bulto formado, pero su oponente de una sola patada lo mandó lejos, el Chaque se quedó tendido protegiéndose con los brazos a la espera de más golpes. Cuando el Berna levantó la cobija, el Chadoun salió corriendo a cuatro patas y, sintiéndose seguro a unos metros de distancia, volteó para ladrar llamando a su amigo.
‒ ¡Cabrón, necrofílio! ¡Poca madre!...
Después alguno de los múltiples pasajeros, a los que les había contado la historia, le diría al taxista que la palabra correcta era zoo-fí-li-co. Hasta acá llegaba el relato que hacía el Berna, nunca mencionaba la golpiza que le había propinado al Chaque, hasta cierto punto se arrepentía. ¿Quién era él para maltratar así a alguien que ya de por si lleva una vida dura? Más que nada temía que al llegar a su casa lo detuvieran por haber matado a un vagabundo. No lo había matado, pero fue tal la violencia de sus golpes que cuando se tranquilizó pensó que lo había asesinado, subió histérico a su taxi y huyó. En realidad, se la había pasado pegándole más al piso y objetos que se le cruzaban en el camino ante las maniobras evasivas de Elías.
Cuando se hubo fatigado y huido el Berna, el Chaque permaneció tirado de bruces en el suelo con la cabeza hacia un costado, los ojos abiertos y una sonrisa trabada. Esa sonrisa dibujada en el rostro era la que había prolongado los golpes furiosos del Berna que gritaba: “¡De qué te ríes, pendejo!”.
Pero ya habían bajado ese telón para Elías, ahora se abría uno nuevo. Observaba desde el suelo al sol ascender por una entrecalle. Eran las 8:15 a.m. y él recordaba el día en que escapó de casa porque su madre se había vuelto loca al verlo con su amada. Los mirones alrededor no sabían lo que pasaba por la mente de aquel loco ni, mucho menos, le ayudaban a reponerse. >>>