Cómo olvidar aquella época de bailables interminables al finalizar el ciclo
escolar del nivel básico. En cuanto se acercan las posadas comienzan los
ensayos, pasando por días de: primavera, niño, madre, padre, fin de curso –en
donde se reciclan las mejores actuaciones del año incluyendo las del mes patrio−.
Así transcurre la infancia en México, entre bailables y libros. El que no coge
gusto por el alfabeto, por lo menos, sabrá bailar sus futuras penas.
En alguna ocasión, creo para un “día del niño”, alguien sugirió hacer una tabla rítmica junto a la música del gran Gabilondo Soler (Cri-Cri, el grillito cantor), la pieza escogida fue: “El negrito bailarín”. Apenas al escuchar “negrito” sabía que era mi momento para brillar, por primera vez “el prieto” seria el protagonista.
Se hizo una selección rápida, la maestra busco la sombra entre sus alumnos, después del primer pandeo de su mirada fui señalado, “¿Quién vota por él?”… y así fui elegido por la mayoría de la clase, no sé por qué. Pero, como siempre, lo que fácil llega al prieto se debe cuestionar, ¿por qué no hacer la selección del negrito entre todos los grupos del mismo año? al escuchar tal cuestión sólo podía pensar: ¡¿Qué?! No hay nadie más morenito que yo en toda la escuela, por favor, no por nada me apodan “el negro”, vamos a competir, ya verán.
No pasó ni una hora y ya tenía dos rivales para luchar por el personaje. Los competidores pasábamos del claro al oscuro, tres iconos de la sociedad mexicana: el güero, el moreno y el prieto. La competencia seria pan comido, pensaba.
Se reunieron los tres grupos, que conformaban el 5º año de primaria, en un aula magna para designar al Negrito. Pan comido, pan comido. La decisión sería tomada por los compañeros, basándose en gritos y aplausos −ahí estaba recordando los “rebaños de esclavos” de La cabaña del tío Tom−. Con la primera ronda de bullicio se retiró de la contienda al moreno. ¡¿Qué?!, no importa, pan comido, pan comido. La segunda y tercera ronda fueron empates, ante lo cual, alguien sugirió tener dos negritos. ¡¿Qué?!. Imposible, la canción es “el negrito”, dijo algún profesor, entonces se nos hizo una pregunta: ¿por qué serias un mejor negrito? las palabras del “güero” terminaron con una sonrisa que deslumbraba −más que su piel− y algún paso de baile, mis palabras terminaron con un “él es blanco”...
…Por fin llego el día del bailable, la escuela repleta de padres de familia, ya habían realizado su presentación los chicos del primer, segundo y tercer grado, y yo veía como cubrían con maquillaje el rostro del “güero”, mientras él practicaba hinchando sus labios finos para mostrarlos gruesos al público. La algarabía fue tal, que pidieron se repitiera, en dos ocasiones, “El negrito bailarín”, algo nunca antes visto. Me vi obligado a presenciar, una y otra vez, cómo aplaudían al “negrito-güero” e incluso tuve que aplaudir, el desgraciado era bueno haciéndola de negrito.
En alguna ocasión, creo para un “día del niño”, alguien sugirió hacer una tabla rítmica junto a la música del gran Gabilondo Soler (Cri-Cri, el grillito cantor), la pieza escogida fue: “El negrito bailarín”. Apenas al escuchar “negrito” sabía que era mi momento para brillar, por primera vez “el prieto” seria el protagonista.
Se hizo una selección rápida, la maestra busco la sombra entre sus alumnos, después del primer pandeo de su mirada fui señalado, “¿Quién vota por él?”… y así fui elegido por la mayoría de la clase, no sé por qué. Pero, como siempre, lo que fácil llega al prieto se debe cuestionar, ¿por qué no hacer la selección del negrito entre todos los grupos del mismo año? al escuchar tal cuestión sólo podía pensar: ¡¿Qué?! No hay nadie más morenito que yo en toda la escuela, por favor, no por nada me apodan “el negro”, vamos a competir, ya verán.
No pasó ni una hora y ya tenía dos rivales para luchar por el personaje. Los competidores pasábamos del claro al oscuro, tres iconos de la sociedad mexicana: el güero, el moreno y el prieto. La competencia seria pan comido, pensaba.
Se reunieron los tres grupos, que conformaban el 5º año de primaria, en un aula magna para designar al Negrito. Pan comido, pan comido. La decisión sería tomada por los compañeros, basándose en gritos y aplausos −ahí estaba recordando los “rebaños de esclavos” de La cabaña del tío Tom−. Con la primera ronda de bullicio se retiró de la contienda al moreno. ¡¿Qué?!, no importa, pan comido, pan comido. La segunda y tercera ronda fueron empates, ante lo cual, alguien sugirió tener dos negritos. ¡¿Qué?!. Imposible, la canción es “el negrito”, dijo algún profesor, entonces se nos hizo una pregunta: ¿por qué serias un mejor negrito? las palabras del “güero” terminaron con una sonrisa que deslumbraba −más que su piel− y algún paso de baile, mis palabras terminaron con un “él es blanco”...
…Por fin llego el día del bailable, la escuela repleta de padres de familia, ya habían realizado su presentación los chicos del primer, segundo y tercer grado, y yo veía como cubrían con maquillaje el rostro del “güero”, mientras él practicaba hinchando sus labios finos para mostrarlos gruesos al público. La algarabía fue tal, que pidieron se repitiera, en dos ocasiones, “El negrito bailarín”, algo nunca antes visto. Me vi obligado a presenciar, una y otra vez, cómo aplaudían al “negrito-güero” e incluso tuve que aplaudir, el desgraciado era bueno haciéndola de negrito.