miércoles, 5 de marzo de 2014

De los placeres del amor

... apenas he conocido, involuntariamente, lo que alguna pareja imprudente ha compartido conmigo en el transporte público. Espero que algún día se den vuelta, me miren y pregunten: ¿Lo gozaste?

 −Sí, esa caricia perdida, el roce inconsciente, tu cabello posándose sobre mi libro distrayéndome de la lectura ¡me fascinó! ¿Podría participar documentando su danza, su lucha cuerpo a cuerpo?


En ocasiones envidio a esas parejas que logran abstraerse del mundo delegando lo obsceno al criterio del espectador. Me recuerdan a las aves en celo, libres en el cielo, entregadas al cortejo de apareamiento, altaneras en las alturas enumerando sueños rotos del ser humano. A veces con los ojos anhelo su pasión; otras las detesto.

"Va llegando la primavera".

martes, 4 de marzo de 2014

Cuando la pobreza atrae pobreza.

I
En época de vacas flacas, a mi madre le regalaron una bolsa de leche −de la desaparecida “CONASUPO”−. De esa leche, que nos nutrió en la primera infancia a mí y dos hermanos, conocíamos su sabor peculiar y desagradable. La única forma de consumirla, y no terminar vomitándola, era combinándola con arroz, lo que en el mundo de la repostería llaman “arroz con leche”. Pero mi Madre quería hacer un arroz con leche “especial”, ya que hacía mucho tiempo no lo probábamos. Esperó unos días para juntar un poco más de dinero y comprar los aditamentos que le darían al postre un sabor “que nunca olvidaríamos”.           
                Por fin llegó el día, todo era alegría en el espacio que llamábamos cocina. Mi madre puso a cocer en una olla con agua el arroz, una rajita de canela y azúcar; cuando el agua se evaporó, sacó del refrigerador la bolsa de leche, que alguna alma caritativa le obsequió, y la vertió en la olla junto al arroz, canela y azúcar −el hogar se impregnó de agradable aroma−; entonces, sacó una lata de leche condensada de marca ostentosa, y un puño de pasas –el toque distintivo que haría de ese día algo especial−, nos invitó a observar la culminación del proceso, agregó la leche condensada y pasas al mismo tiempo, se dispuso a mezclar los ingredientes con una palita de madera, pero la leche comenzó a subir rápidamente por la olla, desbordándose y ensuciando la estufa –herencia de algún pariente pudiente−, el espectáculo me recordó aquél experimento escolar en el que se simula la explosión de un volcán. No probamos el postre tan esperado.
                Resulta que la bolsa de leche, cuando se la regalaron a mi madre, tenía ya dos días de caducidad y para cuando compró los complementos ya tenía ¡seis más! Mi madre era de decir “a caballo regalado no se le ve colmillo” –Pero madre, revisa la fecha de caducidad por favor−, su fe ciega en la caridad humana y una deficiencia en el olfato hicieron que en la casa se desperdiciaran recursos, recursos que en días posteriores extrañamos.