Hace algunos
días, con el interés fugaz que genera un día “internacional del libro”, se citaba
a Gabriel Zaid: “La humanidad pública un libro cada medio minuto [...] los
libros se publican a tal velocidad que nos hacen cada vez más incultos. Si uno
leyera un libro diario, estaría dejando de leer 4000 publicados el mismo día. [...]Su
incultura, 4000 veces más que su cultura” (cit. en Lector en fuga). Estoy de
acuerdo, se publican muchos libros y somos más incultos, pero ¿acaso todos los
libros publicados merecen ser leídos por el vulgo? Obvio no, muchos esos libros publicados son especializados, para cierto tipo de lectores, por lo cual
no debería ofender esta “incultura”, que aumenta cada “medio minuto”, para
ello será necesario recordar lo que nos decía Jorge Luis Borges:
El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta 'el modo imperativo'. Yo siempre les aconsejé a mis estudiantes que si un libro los aburre lo dejen; que no lo lean porque es famoso, que no lean un libro porque es moderno, que no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz (Clarín, s. pag.).
Bajo esta
enseñanza de Borges, se justifica la lectura o no de ciertos libros, hay
momentos en la vida en los que algunos libros pueden resultar pesados y de poco
interés para nuestro intelecto aun no desarrollado. Eso es lo que pasa con
grandes obras de la literatura universal, nos espantan con su grosor, el gran
uso de la palabra y las historias lejanas a nuestra cultura, ejemplo de ello es
Moby Dick –libro del cual se desprende el presente ensayo− con el cual tuve un
encuentro desagradable en la infancia, pero que al hacer una lectura reciente...
me atrapo, hablemos de los temas que me resultaron interesantes en la nueva
lectura.
1. Motivos para embarcarse.
Herman Melville a través de Ismael –quien mediante pensamientos profundos nos brindara los del autor− nos dice al comienzo de su libro: “¡mirad! Ahí vienen más multitudes, andando derechas al agua, y al parecer dispuestas a zambullirse”, “Hay magia en ello. Que el más distraído de los hombres esté sumergido en sus más profundos ensueños: poned de pie a ese hombre, haced que mueva las piernas, e infaliblemente os llevará al agua, si hay agua en toda la región” (28); los hombres se ven atraídos al agua por instinto, Herman mitifica al agua, pongamos los motivos de algunos de sus personajes:
Ismael: Sin dinero y sin nadie a quien buscar en tierra, busca que su soledad sea menos en la soledad del mar y cumplir a unos de sus sueños o el llamado del agua un tanto suicida: “Es mi sustitutivo de la pistola y la bala” (27).
Capitán Ahab: su principal motivación es la venganza y el odio, dejando de lado su profesión de caza ballenas, aquí algunos pensamientos de sus subordinados: “he venido aquí a cazar ballenas, y no para la venganza de mi jefe. ¿Cuántos barriles le dará la venganza, aunque la consiga, capitán Ahab?” (246) “Él estaba absorto en una venganza audaz, inexorable y sobrenatural” (272)
Queequeg: o “un amigo entrañable”, nativo de Rokovoko, busca un encuentro con la cristiandad: “en el alma ambiciosa de Queequeg se abrigaba un fuerte deseo de ver algo más de la Cristiandad que un ballenero o dos de muestra” (101), para después darse cuenta de que “El mundo es malo en cualquier meridiano: moriré pagano” (102).
Con los motivos para adentrarse a la mar de los tres personajes mencionados arriba, se pueden identificar tres cuestiones que mueven al ser humano: La muerte, la venganza, y el conocimiento; y todos a la vez englobados en la fe.
2. Citas bíblicas.
Herman Melville, para no dejar camino a la especulación desde un principio nos menciona las citas de las cuales hace uso en su novela y llaman la atención las bíblicas, siendo la referencia a Jonás la que marca la dirección de Moby Dick:
Pero ¿qué es esa lección que enseña el libro de Jonás? […] Como hombres pecadores, es una lección para todos, porque es un relato del pecado, de la dureza del corazón, de los terrores repentinos, del rápido castigo, el arrepentimiento, las oraciones y finalmente la liberación gozosa de Jonás” (82-83).
Con
este pecado de desobediencia en él, Jonás sigue ofendiendo aún a Dios, al
tratar de huir de Él. Cree que un barco hecho por hombres le va a llevar a
países donde no reine Dios, sino sólo los Capitanes de este mundo […] ¿No veis,
pues, compañeros, que Jonás trataba de huir de Dios a todo lo ancho del mundo?
¡Hombre miserable! ¡Oh, el más vergonzoso y digno de todo desprecio (83).
Estas citas las podemos aplicar al libro
directamente, sobre cualquiera de los personajes mencionados anteriormente, que
van a buscarse al mar, a pesar de que al final sólo Ismael sobrevive al gran
pez que Dios había preparado para que se tragara a Jonás. La religión es un
tema que se tocara a lo largo del libro, vaya, hay todo un capítulo dedicado a
una reunión religiosa. Cuestionamientos existenciales vienen a la cabeza de
Ismael al conocer a Queequeg:
Yo era un buen cristiano, nacido y
criado […]. ¿Cómo, entonces, me podía unir a este salvaje idólatra en la
adoración de este trozo de madera? «Pero ¿qué es adoración? —pensé—. ¿Vas ahora
a suponer, Ismael, que el magnánimo Dios del cielo y la tierra —incluidos todos
los paganos— puede estar celoso de un insignificante Trozo de madera negra?
¡Imposible! Pero ¿qué es adoración? ¿Hacer la voluntad de Dios? Eso es
adoración. ¿Y cuál es la voluntad de Dios? Hacer con mi prójimo lo que yo
quisiera que mi prójimo hiciera conmigo: ésa es la voluntad de Dios (94).
La presencia de
Queequeg resulta imprescindible para que el autor deje en la novela este tipo
de cuestionamientos existenciales −más
que nada por la época en la cual fue escrita la novela, finales de siglo XIX−,
un una sociedad que aun no estaba preparada para recibir este tipo de
cuestionamientos de forma directa, he ahí el hecho de que exista todo un
capitulo para generar la empatía con el pagano o “amigo entrañable”.
Herman también hace uso del demonio
en su novela: “¿qué era para ellos la ballena blanca?; ¿o cómo, para su
comprensión subconsciente, también, de algún modo en penumbra y sin
sospecharlo, podía haber parecido el gran demonio fugaz de los mares de la
vida?” (273) “el demonio es un tipo curioso, y muy malo”, “una vez entró de
paseo por el viejo buque insignia, moviendo el rabo, endemoniadamente tranquilo
y hecho un señor, y preguntó al demonio qué quería. El diablo, removiendo las
pezuñas, va y dice: «Quiero a John»” (456); ¿podría decirse entonces que
debemos tener temor de dios, pero también del demonio?, esas son algunas
cuestiones que nos deja Melville a lo largo del libro.
3.
El
negocio de la ballena.
La isla de Nantucket
es como dice el autor, la cuna de la caza de ballenas: “¿De dónde, sino de
Nantucket, partieron por primera vez aquellos balleneros aborígenes, los pieles
rojas, para perseguir con sus canoas al leviatán?” (35). Y siendo la cuna de la
caza de ballenas sería apropiado hacerse al comercio de los diferentes
productos que de ellas se obtienen, en el caso de esta novela “el aceite”:
“¡Pensad en eso, oh, leales británicos! ¡Nosotros, los balleneros,
proporcionamos a vuestros reyes y reinas la materia de la coronación!” (180).
Los habitantes de la isla juegan un
papel crucial en el comercio de la ballena: “La gente de Nantucket invierte el
dinero en barcos balleneros, del mismo modo que vosotros invertís el vuestro en
títulos del Estado que producen buenos Intereses” (128). Cuestión que al
capitán Ahab no le importa al estar en busca de la ballena blanca y su
venganza: “¡El mercado de Nantucket! ¡Bah! […] Aunque el dinero haya de ser la
medida, hombre,[…] ¡déjame decirte que mi venganza obtendrá un gran premio
aquí!” (246).
El capitán Ahab se olvida del
interés económico y como afecta a una comunidad
con su toma de decisiones, recordemos que el pueblo es el dueño del
barco, viudas, niños huérfanos, viejos que ya no pueden salir al mar. Al final
se encuentra la tragedia económica para la isla y para el capitán, que habiendo
tenido a la mano las ballenas necesarias para obtener los barriles de aceite justos
para poder regresar a casa… los deja ir: “. Dices que eres un barco lleno y
rumbo a casa; bueno, llámame barco vacío y en viaje de ida. Así que vete por tu
lado, y yo iré por el mío. ¡Adelante vosotros! Desplegad las velas, y ¡viento
en popa!” (677).
4.
Capitán
Ahab mitificado.
El autor hace
del Capitán Ahab un ser mítico, que cae en desgracia, revisemos la imagen que
tienen de él sus subordinados:
Es un hombre raro, el capitán Ahab,[…].
Es un hombre grandioso, blasfemo, pero como un dios, el capitán Ahab; no habla
mucho, pero cuando habla, le puedes escuchar muy bien. Fíjate, te lo aviso:
Ahab está por encima de lo común; Ahab ha estado en colegios lo mismo que entre
los caníbales; está acostumbrado a maravillas más profundas que las olas. ¡Su
arpón! ¡Sí, el más agudo y seguro de toda nuestra isla! ¡Ah, no es el capitán
Bildad; no, tampoco es el capitán Peleg: es Ahab, muchacho; y el antiguo Ahab,
como sabes, era un rey coronado! (136)
Para sus
marineros el capitán Ahab lo es todo, independientemente de su oferta económica
del “doblón de oro”, el respeto que le tienen viene de su perseverancia para
alcanzar su objetivo, motivo por el cual dudan en algún momento, pero éste al
salir victorioso de algunos imprevistos recobra con mayor fervor la devoción de
sus marineros:
Mirad aquí, tres picos tan orgullosos
como Lucifer. La firme torre es Ahab; el volcán es Ahab; el pájaro valeroso,
intrépido y victorioso, es también Ahab; todos son Ahab, y este oro redondo no
es sino la imagen del globo más redondo, que, como el espejo de un mago, no
hace otra cosa que devolver, a cada cual a su vez, su propio yo misterioso
(593).
El Capitán es
mitificado y por eso los marineros están dispuestos a perder la vida en nombre
de él –y la perderán− hasta los más escépticos. En los momentos más difíciles
de su travesía el Capitán se replantea: “Ahab se encontró ahora reducido otra
vez, de modo abyecto, a ser un torpe hombre de tierra adentro”, pero el destino
lo encuentra con su muerte intentando cobrar venganza, culminando así el drama
por acabar con su demonio llamado Moby Dick.
5. Reflexiones.
Moby Dick es una
novela vieja, pero sigue siendo actual, quizás por el hecho de que el hombre
haya explorado más el universo y tenga un vano conocimiento de las
profundidades del océano, esto nos permitirá mediante la imaginación
asombrarnos con esta novela. La estructurara y el lenguaje de la novela aún nos
son familiares, intuyendo en el autor a un genio, bastaría citar alguna de las
primeras páginas para saber ante qué tipo de autor nos estamos enfrentando en
la lectura:
“Pero tragaos las lágrimas y arriba los
corazones […] pues vuestros amigos, que han partido antes, están dejando libres
los cielos con sus siete círculos, y exiliando ante vuestra venida a Gabriel,
Miguel y Rafael, tanto tiempo mimados. ¡Aquí sólo tocáis reunidos corazones
rotos; allí entrechocaréis vasos que no se pueden romper! (11-12)
Moby Dick, sería
para aquellos que están alejados o no creen en un dios, un encuentro grato, con
su interior –como Jonás y sus pecados−. Espero, en una lectura posterior,
encontrar más cuestiones que sirvan para mi crecimiento personal, y al igual
que los tripulantes del Pequod, venidos de diferentes partes del mundo,
arrojarme al mar de conocimiento aunque éste me destruya.
Y por no dejar, de acuerdo a la cita
que se hacía en un principio de Gabriel Zaid, podremos decir que este libro, aunque
se escribió hace más de cien años, tiene mayor importancia o utilidad que los
cuatro mil libros que nos estamos perdiendo.
Bibliografía
Melville,
Herman. (1851). Moby Dick o la ballena. España, Ediciones perdidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario