¿Alguien recuerda cuando las tareas escolares se hacían en máquina de escribir?,
yo recuerdo el golpeteo de las teclas en el rodillo, el tener que rebobinar la
cinta, la campanada al terminar un renglón, arrastrar el riel, jalar la palanca
de cambio de renglón y las gomas especiales para hacer correcciones, aun
recuerdo lo hipnótico que resultaba escuchar a alguien diestro trabajando con
este artefacto, pero llegaría pronto el cambio.
Principios del siglo XXI, el boom tecnológico
nos exigía cambiar las antiguas maquinas de escribir por ordenadores, para la mayoría
de las familias mexicanas se trataría de un producto de lujo que quizás solo en
sueños se podría obtener pero gracias a las aulas de computación y cibercafés (que
pronto se popularizaron en y cerca de secundarias, preparatorias y
universidades) muchos jóvenes tuvimos la oportunidad de entrar a las nuevas tecnologías
mientras que los antiguos personajes que daban mantenimiento a las maquinas de
escribir se adaptaban para no perder sus trabajos; y esto fue lo que paso en la
vocacional donde tuve el gusto de estudiar.
Un señor de unas 5 décadas era la máxima autoridad en el aula de mecanografía (donde nos prestaban sus maquinas para hacer nuestras tareas), si se atoraba una tecla o se acababa la cinta se paraba todo para que este señor hiciera lo suyo, cuando llegaron los ordenadores a formar parte de su inmobiliario algo cambio en él, ya no era el mismo señor seguro que corría a la mas mínima señal de fallo pero aun a pesar de los nuevos monstruos que tanto él como nosotros teníamos enfrente, nos adaptamos. Pronto perderíamos el miedo a prender el CPU, aprenderíamos a poner acentos y caracteres especiales pero aparecería un nuevo reto... Pasar información de una computadora a otra (al principio solo nos conformábamos con imprimir los trabajos) y así es como conocimos los disquetes de 3 ½ (wow se podían guardar todas nuestras tareas en un objeto tan pequeño y si no terminábamos lo podríamos continuar otro día, ¡genial!).
Pasaron los meses y un día ningún ordenador estaba encendido, solo podíamos utilizar las maquinas de escribir, a los que preguntaban ¿qué pasaba? recibían por respuesta “ha sido un virus”, ¿un virus? No sabía que los ordenadores también se enfermaran. Al día siguiente un cartel anunciaba:
“Antes de insertar su
disquete, favor de formatearlo”
y así fue como el Don tuvo una nueva
chamba, revisar que nadie metiera disquetes infectados en los ordenadores, al
principio solo bastaba con un formateo simple, después se complicaba todo
cuando saltaba un anuncio“No se puede dar formato
a…”, ¿ahora qué?, pues bien solo hay
una solución el ojo clínico y bien adiestrado (casi como el de un águila que
desde las alturas visualiza a su próxima presa), el señor desplazaba la protección
del disquete con cuidado, lo ponía a contra luz, cerraba un ojo y abría más el
otro cual francotirador, lo acercaba lo alejaba y daba su veredicto…
ESTE DISQUETE TIENE VIRUS.
Teníamos ante nosotros a una especie
de Terminador que podía ver los virus en los disquetes a simple vista (algunos dirían
a nuestro Neo) para nosotros en esa época el Sr. Antivirus seria un chingon,
hoy en día recordamos esa anécdota y reímos de aquella época en que fantaseábamos
producto de nuestra ignorancia e inocencia que hasta el día de hoy y quizás
hasta la tumba nos acompañen.
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