Hace
algunos meses me hallaba platicando con una chica que, en una reunión donde a
la gente le gusta hacerse la interesante, lanzó a la primera oportunidad la
siguiente frase: “Yo no veo televisión”. Ya la admiraba de antes por ser
mujer y dirigirme la palabra sin que fuera para solicitar algún servicio:
pásame una cerveza, sírveme un trago, ve por botana, etc.
El domingo pasado esa chica me invitó a chacharear a un tianguis, acepté porque me habían comentado que ahí se podían encontrar buenos libros a excelentes precios. Íbamos caminando por un tianguis de Iztapalapa cuando, ante un puesto de muñequitos, me grita emocionada:
El domingo pasado esa chica me invitó a chacharear a un tianguis, acepté porque me habían comentado que ahí se podían encontrar buenos libros a excelentes precios. Íbamos caminando por un tianguis de Iztapalapa cuando, ante un puesto de muñequitos, me grita emocionada:
‒ ¡Mira, un Bart!
‒ ¿Dónde? ‒Yo sólo veía una figurita de Homero.
‒ ¡Ahí, ahí! ‒Se refería a Homero.
‒Es Homero –le respondí con una leve sonrisa.
‒ ¡Ah, sí! El de Los Barts.
‒Sí…
‒ ¿Dónde? ‒Yo sólo veía una figurita de Homero.
‒ ¡Ahí, ahí! ‒Se refería a Homero.
‒Es Homero –le respondí con una leve sonrisa.
‒ ¡Ah, sí! El de Los Barts.
‒Sí…
El chico que atendía el puesto sonrió, "yo lloré y Maggie rió. ¡Todo fue una confusión!", y es que ella no ve televisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario