domingo, 14 de julio de 2013

Testamento de Pito Pérez

             “Lego a la Humanidad todo el caudal de mi amargura.

            “Para los ricos, sedientos de oro, dejo la mierda de mi vida.

            “Para los pobres, por cobardes, mi desprecio, porque no se alzan y lo toman todo en un arranque de suprema justicia. ¡Miserables esclavos de una iglesia que les predica resignación y de un gobierno que les pide sumisión, sin darles nada en cambio!

            “No creí en nadie. No respeté a nadie. ¿Por qué? Porque nadie creyó en mí, porque nadie me respetó. Solamente los tontos o los enamorados se entregan sin condición.

            “¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!

            “¡Qué farsa más ridícula! A la Libertad la asesinan todos los que ejercen algún mando; la Igualdad la destruyen con el dinero, y la Fraternidad muere a manos de nuestro despiadado egoísmo.      
            “Esclavo miserable, si todavía alientas alguna esperanza, no te pares a escuchar la voz de los apóstoles: su ideal es subir y permanecer en lo alto, aun aplastando tu cabeza.

            “Si Jesús no quiso renunciar a ser Dios, ¿qué puedes esperar de los hombres?...

            “¡Humanidad, te conozco; he sido una de tus víctimas!

            “De niño, me robaste la escuela para que mis hermanos tuvieran profesión; de joven, me quitaste el amor, y en la edad madura, la fe y la confianza en mí mismo. ¡Hasta de mi nombre me despojaste para convertirlo en un apodo estrafalario y mezquino: Hilo Lacre!

            “Dije mis palabras, y otros las hicieron correr por suyas; hice algún bien, y otros recibieron el premio.

              “No pocas veces sufrí castigo por delitos ajenos.

        “Tuve amigos que me buscaron en sus días de hambre, y me desconocieron en sus horas de abundancia.

            “Cercáronme las gentes, como a un payaso, para que las hiciera reír con el relato de mi aventuras, ¡pero nunca enjugaron una sola de mis lágrimas!

            “Humanidad, yo te robé unas monedas; hice burla de ti, y mis vicios te escarnecieron. No me arrepiento, y al morir, quisiera tener fuerzas para escupirte en la faz todo mi desprecio.

            “Fui Pito Pérez: ¡una sombra que pasó sin comer, de cárcel en cárcel! Hilo Lacre: ¡un dolor hecho alegría de campanas!

            “Fui un borracho: ¡nadie! Una verdad en pie: ¡qué locura! Y caminando en la otra acera, enfrente de mí, paseó la Honestidad su decoro y la Cordura su prudencia. El pleito ha sido desigual, lo comprendo; pero del coraje de los humildes surgirá un día el terremoto, y entonces, no quedará piedra sobre piedra.

            “¡Humanidad, pronto cobraré lo que me debes!...

Jesús Pérez Gaona.

Morelia, a…”

miércoles, 10 de julio de 2013

2. DOMINGO SIETE - Alfonso Reyes

No hay cosa que requiera más tiento que la
verdad: que es un sangrarse del corazón.
GRACIÁN.

CADA noche arranco una hoja de mi calendario, temiendo que el tiempo me deje atrás. Hora metafísica la de matar el día, el gallo de los zapateros la delata; y apresuramos la marcha, temerosos de perder el ritmo solidario.
            Hoy —sábado 6 de diciembre de 1913— me sorprende al matar el día, cual un punto fijo en mitad del tiempo, una combinación pitagórica: Domingo 7.
            De niño ¡cuántas cosas me enseñaban que yo no entendía! A un resto de los antiguos métodos, no menos que a la docilidad de la mente infantil, debo la fortuna de haber aprendido de memoria lo que no entendía. Así, me sorprendo frecuentemente recitando frases que desde la infancia me están resonando en la cabeza, pero que entonces no tenían sentido para mí. Poco a poco, la vida me va descubriendo su misterio.
            Porque si la vieja pedagogía necesita defensores, sea yo el primero: hay cosas que se deben aprender aunque no se entiendan, cosas que deben estar en la memoria primero, y después en la voluntad, aun antes de estar en el entendimiento. La misma visión del universo la recibimos dogmáticamente; la conciencia, hilo del ser, no es más que memoria de momentos. Cuando todo se entiende ya, es ya demasiado tarde para aprenderlo. Yo no entiendo, no, la generación de la vida: vivo de memoria.

            Pues bien: entre los muchos cuentos que cuentan las viejas tras el fuego, hay uno que, por ser irónico, no tenía asidero para mi inteligencia infantil: la ironía es la última conquista.
            Juanito —dice el cuento— salió al campo cierto día en que celebraban las brujas su concierto. Viéndolas venir a lo lejos, trepó a un árbol para ocultarse Pero Juanito no se percató de que había escogido para escondite el árbol sagrado de las brujas.
            Las brujas, pues, se ponen a bailar en corro en redor de su árbol, y Juanito, ahogando el resuello, las oye girar al compás de un canto monótono:     


Lunes, Martes, Miércoles, tres;
Jueves, Viernes, Sábado, seis.

            El inocente acaba por cansarse; y particularmente le choca que, decapitando ostensiblemente la semana, las brujas se olviden del Domingo. Y grita con estentórea voz:
            — ¡Domingo, siete!
            El fin de la historia se adivina: las brujas, que hasta entonces no habían visto a Juanito, lo bajan del árbol y se lo comen. Y aquí el cuento se complicaba con no sé qué consideraciones sobre el horror de la bruja por el Domingo, día del Señor.
            Para los escoceses de Charles Lamb —directos antecesores de Celui qui ne comprend pas— y para mi pobre cabeza infantil, la observación de Juanito resultaba sumamente acertada y, para decirlo todo, de una lógica irrefutable, matemática. Sólo faltaba saber si era oportuna.
            Pero la verdad ¿puede alguna vez no ser oportuna?
            —¡No hay que escatimar la verdad! —grita el Gregorio ibseniano desde las páginas del Pato silvestre. Con todo, en la última escena, como resultado de sus experiencias, exclama:
            —He decidido suicidarme.
    ¡Vaya usted a paseo! —le responde gentilmente el Doctor.

            Por mucho que lo nieguen los tratadistas, en el libro de las intuiciones, a tantas hojas, se halla escrito que la verdad admite matices de mentira. Uno de ellos es la verdad a medias: la de los políticos, la de los médicos, la de todo el que formula diagnósticos o dice la buena ventura por sociología, química, astronomía o quiromancia; la de los augures de toda especie, que ya en los dichosos tiempos de Catón soltaban la risa al encontrarse. Otro matiz de la verdad es la verdad innecesaria. Difícilmente me convencerán los lógicos rutinarios de que la verdad innecesaria es una verdad absoluta; difícilmente concederé que, en el caso de mi cuento, el Domingo fuera precisamente “siete”. ¡Pobre cabeza simétrica que necesitaba completar la semana a toda costa, aun a costa de su seguridad y —lo que es peor— a costa del ritmo del verso!
            Ese “Domingo Siete”, ese desequilibrio mecánico incrustado en la vida es, para Bergson, el símbolo de lo cómico. Y otro tanto se ha dicho ya de los versos de Don Quijote:

Hiriólo Amor con su azote,
no con su blanda correa;
y, en llegándole al cogote,
aquí lloró Don Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.

O “del Domingo Siete”, que todo es uno.

Este anhelo cómico de verdad no pasa de ser una hipertrofia, una enfermedad técnica como cualquiera otra: el arte por el arte, el estilo por el estilo, la verdad por la verdad, son todos una misma clase de errores. Los técnicos de la verdad quisieran establecerla a toda hora, dejarla siempre sentadita en su trono; quisieran decir la verdad aun en los preciosos instantes de mentir o cantar.
            Y no: la verdad es, en su origen, una necesidad vital; como el arte, la crea la vida. Ya nos hablaba el filósofo de los errores que, a fuerza de vivir, se vuelven aciertos. Ansiar la verdad innecesaria es una inercia lógica, una solidificación del espíritu, y una falta de educación. La verdad es, en esencia, un modo de oportunidad. Es, vista desde fuera, una adecuación.

            —Y, vista por dentro, un estado de ánimo, como la alegría o la pena —oigo decir al otro escéptico.

martes, 2 de julio de 2013

José Luis González y los negros.


En los cuentos de José Luis González podemos observar: racismo, discriminación, pobreza, ignorancia, migración y una segmentación social muy marcada, donde los negros son el último eslabón de la cadena. Pongamos por caso “Santa Claus visita a Pichirilo Sánchez con la siguiente frase: “No todos los negros son brutos”, en este cuento José Luis González nos narra la historia de Pichirilo, un negrito que acaba de descubrir la existencia de Santa Claus, al final Pichirilo piensa haber visto a Santa Claus salir de su casa, cuando lo que vio fue a Asalon (vendedor de mala reputación)  quien acababa de abusar de su hermana mayor.   

                   El abuso sexual también forma parte del Puerto Rico de González, un ejemplo lo tenemos en “La mujer, donde una chica del campo es violada, y queda embarazada, por un “ingeniero”, al enterarse el padre de la chica de esto, busca al ingeniero y lo mata de un machetazo. El padre cumple una condena preso y al salir sufre la misma suerte del ingeniero solamente que… a manos de su hija −al parecer por proteger a su hijo−. La violencia hecha cuento.

                   Pero, ¿Qué hay más violento que una guerra? Quizás tener que participar en la guerra de otros, esto es lo que sucede en el cuento “Una caja de plomo que no se podía abrir”, en este cuento José Luis González narra cómo fueron recibidos los restos de Moncho Ramírez, obligado a participar en una guerra que no era la de su patria, la madre inconsolable por la pérdida de su hijo −y por no poder ver por última vez a su hijo−, mientras los soldados, que llevaban el cuerpo, parecen indiferentes ante su sufrimiento, para ellos es sólo un protocolo, la voz narrativa al final recibe una carta y nos menciona que no necesita que le traduzcan esa carta (falta de educación), él sabe de que se trata, es el aviso de reclutamiento militar, así se verá obligado a dejar su casa, su familia y a sus amigos, al igual que lo hacen los migrantes del pueblo a la ciudad (en busca de mejores oportunidades). 
                   Hablando de los migrantes, José Luis Gonzales tiene un cuento llamado “La carta, donde un chico, al parecer de pueblo, sale en busca de mejores oportunidades a la ciudad y al no encontrarlas tiene que mendigar −para poder enviar esa “carta”− en la cual podemos leer como distorsiona la realidad para que los lectores piensen en un éxito ilusorio. “Mentir para no ser descubierto como un fracasado”, es al parecer el tema central de este cuento, el orgullo del “hombre”.            
                   El orgullo del hombre (el hombre pobre, en este caso de los negros), se muestra en el  cuento “En el fondo del caño hay un negrito. “pendejos” dice el padre de familia al paso de un camión, desde donde alguien echa un vistazo a su casucha, quizás por la impotencia de no tener que comer, siempre a la defensiva, como decía Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en  México: “El desconfiado está siempre temeroso de todo, y vive alerta, presto a la defensiva. Recela cualquier gesto, de cualquier movimiento, de cualquier palabra. Todo lo interpreta como una ofensa”.        
                         Es un cuento triste, ese, donde un negrito se reúne con su reflejo al final del caño. José Luis González nos presenta un aspecto social del Puerto Rico que tuvo la oportunidad de  observar y darnos a conocer: como la gente llegaba e instalaba sus casas en lugares inseguros, como se hacían sacrificios por parte de los padres para sacar adelante o para que sobrevivieran sus hijos; otro aspecto es el machismo “La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer fue la noche que regresó a casa borracho y deseoso de ella pero la borrachera no lo dejó hacer nada. Tal vez por eso al hombre no le hacía gracia aquella mueca.”, pero hay otra expresión que le gusta −porque es la que le conviene como hombre− “La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer no fue en ocasión de un despertar, sino la noche que se acostaron juntos por primera vez. Quizá por eso a él le hacía gracia verla despabilarse así todas las mañanas.”. La pobreza vivida por esta familia resulta impactante y la muerte del negrito puede partir el corazón de algunos o quizás no, recordemos la frase “un negro menos no le va a hacer falta a nadie” del cuento “La galería”.                   
                   En “La galería, nos encontramos con otra punto de vista, de esa realidad descrita por González, la de una clase social dominante: los blancos. Sin dejar de lado la crítica social, el autor nos narra −en la visión de un niño blanco− como se desarrolla una reunión familiar, pasando de la exploración sexual con la prima a como sobrevivió su tío de niño gracias a la leche de una negra. Todo esto hace huir al niño, más aun al saber que el hijo de la negra murió y como su tío se regocija diciendo: “un negro menos no le va a hacer falta a nadie”.            
                   Muchos quisiéramos salir corriendo ante temas como: muerte, migración, machismo, sexualidad, racismo y pobreza -como los que expone José Luis González en sus cuentos-; sin embargo, debemos estar atentos con los expuesto por el escritor, su propósito es traernos imágenes que en nuestra vida citadina no podríamos percibir con la claridad de él, un Puerto Rico violento.



*En México resulta difícil conseguir los textos de este autor e incluso en la web -quizás porque hablar de negros no es rentable-, pero en las siguientes ligas podrán encontrar algunos cuentos que aparecen en La galería y otros cuentos.

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/pr/gonzalez/jose_luis_gonzalez.htm

http://es.scribd.com/doc/75605118/Jose-Luis-Gonzalez-La-galeria

http://es.scribd.com/doc/75605760/Jose-Luis-Gonzalez-La-mujer

jueves, 27 de junio de 2013

El negrito bailarín.



Cómo olvidar aquella época de  bailables interminables al finalizar el ciclo escolar del nivel básico. En cuanto se acercan las posadas comienzan los ensayos, pasando por días de: primavera, niño, madre, padre, fin de curso –en donde se reciclan las mejores actuaciones del año incluyendo las del mes patrio−. Así transcurre la infancia en México, entre bailables y libros. El que no coge gusto por el alfabeto, por lo menos, sabrá bailar sus futuras penas.           
            En alguna ocasión, creo para un “día del niño”, alguien sugirió hacer una tabla rítmica junto a la música del gran Gabilondo Soler (Cri-Cri, el grillito cantor), la pieza escogida fue: “El negrito bailarín”. Apenas al escuchar “negrito” sabía que era mi momento para brillar, por primera vez “el prieto” seria el protagonista.          
            Se hizo una selección rápida, la maestra busco la sombra entre sus alumnos, después del primer pandeo de su mirada fui señalado, “¿Quién vota por él?”… y así fui elegido por la mayoría de la clase, no sé por qué. Pero, como siempre, lo que fácil llega al prieto se debe cuestionar, ¿por qué no hacer la selección del negrito entre todos los grupos del mismo año? al escuchar tal cuestión sólo podía pensar: ¡¿Qué?! No hay nadie más morenito que yo en toda la escuela, por favor,  no por nada me apodan “el negro”, vamos a competir, ya verán.       
            No pasó ni una hora y ya tenía dos rivales para luchar por el personaje. Los competidores pasábamos del claro al oscuro, tres iconos de la sociedad mexicana: el güero, el moreno y el prieto. La competencia seria pan comido, pensaba.         
            Se reunieron los tres grupos, que conformaban el 5º año de primaria, en un aula magna para designar al Negrito. Pan comido, pan comido. La decisión sería tomada por los compañeros, basándose en gritos y aplausos −ahí estaba recordando los “rebaños de esclavos” de La cabaña del tío Tom−. Con la primera ronda de bullicio se retiró de la contienda al moreno. ¡¿Qué?!, no importa, pan comido, pan comido. La segunda y tercera ronda fueron empates, ante lo cual, alguien sugirió tener dos negritos. ¡¿Qué?!. Imposible, la canción es “el negrito”, dijo algún profesor, entonces se nos hizo una pregunta: ¿por qué serias un mejor negrito? las palabras del “güero” terminaron con una sonrisa que deslumbraba −más que su piel− y algún paso de baile, mis palabras terminaron con un “él es blanco”...           
            …Por fin llego el día del bailable, la escuela repleta de padres de familia, ya habían realizado su presentación los chicos del primer, segundo y tercer grado, y yo veía como cubrían con maquillaje el rostro del “güero”, mientras él practicaba hinchando sus labios finos para mostrarlos gruesos al público. La algarabía fue tal, que pidieron se repitiera, en dos ocasiones, “El negrito bailarín”, algo nunca antes visto. Me vi obligado a presenciar, una y otra vez, cómo aplaudían al “negrito-güero” e incluso tuve que aplaudir, el desgraciado era bueno haciéndola de negrito.    

El prieto, el güero y la comedia.


Hablar de negros y blancos en el siglo XXI es difícil, más aún, si en los receptores del mensaje se encuentra arraigada la doble moral. En México, estando entre morenos, al que es un poco más oscuro le llaman prieto y al que es un poco más claro le llaman güero, el primer termino en forma despectiva y el segundo de halago.  Está bien visto que los morenos y el “güero” se refieran al “prieto” con apodos como: Soruyo, Memín, Farina, Negro, Cirilo etc., ya sea entre niños, adultos, adultos a niños y niños a adultos, agregando siempre un “te lo digo con cariño” –si notan una mirada de odio en los “prietos”−, así es México, un lugar donde se ofende al más moreno con cariño, pero cuando él se pronuncia en forma “cariñosa” a los morenos y “güeros” se habla de una falta de respeto.

Hablando de estos “apodos cariñosos”, Alfonso Reyes recuerda a Juan Ruiz de Alarcón defendiéndose de los apodos desde la comedia:

     Dios no lo da todo a uno.
     Al que le plugo de dar
     mal cuerpo, dio sufrimiento
     para llevar cuerdamente
     los apodos de los necios.

Al existir un placer en rebajar “a nuestros semejantes” en la infancia, me pregunto: ¿debe continuar hasta la madurez? quizás para aquellos que nunca se quitaron el velo de la temprana edad. Aplaudamos su bufonería.


*A continuación una canción contra el racismo, The specials - Racist Friend:


IF YOU HAVE A RACIST FRIEND
NOW IS THE TIME, NOW IS THE TIME
FOR YOUR FRIENDSHIP TO END

BE IT YOUR SISTER, BE IT YOUR BROTHER
BE IT YOUR COUSIN, OR YOUR UNCLE, OR YOUR LOVER

IF YOU HAVE A RACIST FRIEND
NOW IS THE TIME, NOW IS THE TIME
FOR YOUR FRIENDSHIP TO END

BE IT YOUR BEST FRIEND, OR ANY OTHER
IS IT YOUR HUSBAND, OR YOUR FATHER, OR YOUR MOTHER

EITHER CHANGE THEIR VIEWS
OR CHANGE YOUR FRIENDS

Letras4U.com » letras traducidas al español
IF YOU HAVE A RACIST FRIEND
NOW IS THE TIME, NOW IS THE TIME
FOR YOUR FRIENDSHIP TO END

SO IF YOU KNOW A RACIST WHO THINKS HE IS YOUR FRIEND
NOW IS THE TIME, NOW IS THE TIME
FOR YOUR FRIENDSHIP TO END

CALL YOURSELF MY FRIEND
NOW IS THE TIME TO MAKE UP YOUR MIND
DONT TRY TO PRETEND

BE IT YOUR SISTER, BE IT YOUR BROTHER
BE IT YOUR COUSIN, OR YOUR UNCLE, OR YOUR LOVER

SO IF YOU HAVE A RACIST FRIEND
NOW IS THE TIME, NOW IS THE TIME
FOR OUR FRIENDSHIP TO END

miércoles, 19 de junio de 2013

UNA REPUTACIÓN (Juan José Arreola, Confabulario)

La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador.
            La dama beneficiada por ese rasgo involuntario lo agradeció con palabras tan efusivas, que atrajeron la atención de dos o tres pasajeros. Poco después se desocupó el asiento inmediato, y al ofrecérmelo con leve y significativo ademán, el ángel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me senté allí con la esperanza de que viajaríamos sin desazón alguna.
            Pero ese día me estaba destinado, misteriosamente. Subió al autobús otra mujer, sin alas aparentes. Una buena ocasión se presentaba para poner las cosas en su sitio; pero no fue aprovechada por mí. Naturalmente, yo podía permanecer sentado, destruyendo así el germen de una falsa reputación. Sin embargo, débil y sintiéndome ya comprometido con mi compañera, me apresuré a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recién llegada. Tal parece que nadie le había hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevó las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.
            Esta vez no fueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesía. Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en mí, como diciendo: "He aquí un caballero." Tuve la idea de abandonar el vehículo, pero la deseché inmediatamente, sometiéndome con honradez a la situación, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran allí.
            Dos calles adelante bajó un pasajero. Desde el otro extremo del autobús, una señora me designó para ocupar el asiento vacío. Lo hizo sólo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo el ademán de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravesé el camino con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adiviné su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sentí un poco angustiado. Las señoras, en cambio, parecían protegerme con su efusiva aprobación silenciosa.
            Una nueva prueba, mucho más importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subió al camión una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciendo la orden unánime, me levanté inmediatamente y fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La señora venía complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayudé eficazmente en todo lo posible, la desembaracé de nenes y envoltorios, gestioné con el chofer la exención de pago para los niños, y la señora quedó instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina había conservado libre de intrusos. Guardé la manita del niño mayor entre las mías.
            Mis compromisos para con el pasaje habían aumentado de manera decisiva. Todos esperaban de mí cualquier cosa. Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de protección a los débiles. La responsabilidad oprimía mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrírseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los autobuses, yo debía amonestar al agresor y aun  entrar en combate con él. En todo caso, las señoras parecían completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me sentí al borde del drama.
            En esto llegamos a la esquina en que debía bajarme. Divisé mi casa como una tierra prometida. Pero no descendí. Incapaz de moverme, la arrancada del autobús me dio una idea de lo que debe ser una aventura trasatlántica. Pude recobrarme rápidamente; yo no podía desertar así como así, defraudando a las que en mí habían depositado su seguridad, confiándome un puesto de mando. Además, debo confesar que me sentí cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tenía asegurada la mayoría femenina, no estaba muy tranquilo acerca de mi reputación entre los hombres. Al bajarme, bien podría estallar a mis espaldas la ovación o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y si aprovechando mi ausencia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidí quedarme y bajar el último, en la terminal, hasta que todos estuvieran a salvo.
            Las señoras fueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer ¡santo Dios! acercaba el vehículo junto a la acera, lo detenía completamente y esperaba a que las damas pusieran sus dos pies en tierra firme. En el último momento, vi en cada rostro un gesto de simpatía, algo así como el esbozo de una despedida cariñosa. La señora de los niños bajó finalmente, auxiliada por mí, no sin regalarme un par de besos infantiles que todavía gravitan en mi corazón, como un remordimiento.
            Descendí en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espíritu había grandes reservas de heroísmo sin empleo, mientras el autobús se alejaba vacío de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagró mi reputación de caballero.