«Hace mucho tiempo, en cierto lugar remoto, vivía un escorpión que se alimentaba de pequeños insectos y otros animalitos. Un día, una comadreja lo encontró y se lo quiso comer. El escorpión intentó huir con desesperación, pero, al final, acorralado, cayó en un pozo. A pesar de sus esfuerzos, no pudo salir y empezó a ahogarse. En ese momento se puso a rezar del siguiente modo: “¿Cuántas vidas de insectos habré tomado hasta ahora para subsistir? Y, ahora, al perseguirme la comadreja, he querido escapar, sin lograr siquiera salvar mi vida. ¿Por qué no habré dejado que me capturara sin resistir? Quizá así ella hubiera podido vivir un día más. Dios mío, mira mi corazón y no permitas que mi próxima vida se derroche de este modo. Haz que mi cuerpo sea útil a los demás”. Al decir esto, el escorpión vio que su cuerpo comenzaba a arder con una hermosa llama roja que iluminaba la oscuridad de la noche. Mi padre decía que desde entonces continúa ardiendo y así seguirá por siempre. ¡Seguro que es aquella hoguera!».
-Fragmento del Capítulo 13 de El tren nocturno de la vía láctea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario